viernes, 21 de diciembre de 2012

Muerte de una percebeira



Un famoso cuadro de Sorolla se llama “Y aun dicen que el pescado es caro”. En él se ve a un pescador que acaba de sufrir un grave accidente mientras ejercía su profesión, de gran riesgo en la mar.
Este cuadro y su título se me vienen a la memoria cuando leo en la prensa la trágica muerte de Mercedes, una percebeira de A Guarda, madre de familia, con una hija y que había dedicado toda su vida al mar, a esa actividad tan arriesgada que es la extracción del percebe, marisco por el que se pagan cantidades desorbitadas, pero que nunca estará pagado lo suficiente como para compensar a los que descienden al borde de las olas para cogerlo, con riesgo de sus vidas.
Pero no es de la tragedia en sí misma de lo que quiero hablar, sino de por qué llegó a producirse.
Muchos de vosotros, los que me leéis, estáis constantemente sumergidos en un mar de oleaje revuelto, espumoso y agresivo, que en ocasiones os obliga a pelear toda una sesión para conseguir arrancar algunas carreras sobre las olas, con gran esfuerzo. Y en invierno, con agua fría y viento helado.
Esta mujer estuvo en el agua 40 minutos, antes de morir de agotamiento y probablemente también de frío.
Llevaba puesto un traje de neopreno que, gracias a Dios, ya es una prenda casi obligada entre los percebeiros. ¿Sería tan complicado, incluso exigiéndolo por parte de la Administración, que estos profesionales del mar llevasen puesto un chaleco salvavidas? Un chaleco de los modernos apenas les estorbaría en sus movimientos y garantizaría, unido a un neopreno de buen grosor, la permanencia en el agua por el tiempo suficiente para poder ser rescatados. Y su coste es asumible.
Otra cosa que encuentro inaceptable es el actual protocolo de la puesta en marcha del servicio de rescate de los helicópteros. Cuando la mariscadora cayó al agua eran poco más de las 9 horas. A las 9,10 se hizo la llamada al 112, que a las 9,11 movilizó al Pesca 1, pero que despegó a las 9,40 llegando once minutos más tarde a la zona del accidente.

Treinta minutos de tiempo entre la movilización del helicóptero y el despegue de éste. ¿No es demasiado tiempo? Esos 30 minutos resultaron decisivos. ¿Os imagináis la situación? A esta mujer de 56 años, que posiblemente sabría nadar poco, pasando frío a pesar de llevar un neopreno, aterrorizada pero al mismo tiempo confiando en que pronto aparecería algo o alguien a salvarla, y que se le habrá hecho larguísimo el tiempo que aguantó, cuarenta minutos, aunque ayudada por los ánimos que recibía de sus compañeros. Pero, poco a poco, debió de ir agotando sus fuerzas y sus esperanzas, hasta que posiblemente y a pesar de su instinto de conservación se terminó rindiendo.
¿Por qué esos 30 fatales minutos? Normalmente a los pilotos les hubiera llevado entre el aviso y el despegue tan solo diez. La vida de Mercedes se habría salvado.
Pero el régimen de guardias de la tripulación ha pasado recientemente de ser presencial, es decir en el Aeropuerto, a estar simplemente localizables. Razonablemente, bastante bien lo hicieron los tripulantes para, en 30 minutos, personarse en la pista de despegue y prepararse para actuar. ¿Es lógico que, teniendo una herramienta tan eficaz para auxiliar en pocos minutos de vuelo, nos podamos permitir esa pérdida “programada” de 30 minutos?
Para una persona que ha sufrido un accidente, sea el que sea, cada minuto es vital.
Señores gobernantes de la Xunta de Galicia, ¿como se consiente que Salvamento permita esas guardias de “localización” en vez de, como sería lógico, aguardar las emergencias a pie de helicóptero?





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